Artículo publicado en El País Semanal por Ana Vidal Egea
Hablar de la muerte está de moda. En Bangkok se inauguró este verano el Kid Mai Cafe (que viene a significar “piensa de forma distinta”), que invita a experimentar de manera distinta la idea de la muerte. Este nuevo modelo de negocio —y en concreto el Kid Mai— está causando furor. No solo porque todas las bebidas de su menú tengan nombres tan originales como incómodamente atrevidos (“enfermedad”, “último día”, “envejeciendo”…), sino también porque en el centro de este establecimiento hay un ataúd al que los clientes del café pueden entrar y encerrarse en completa oscuridad (aquellos capaces de permanecer cinco minutos dentro tienen un 10% descuento).
La idea, creada por el budista Veeranut Rojanaprapa, lejos de ser tenebrosa, quiere ayudar a acabar con la dependencia de mente y cuerpo ya que, según sus enseñanzas, cuando morimos nos vamos sin nada. Además, según las enseñanzas budistas, cuando un humano es consciente de su muerte, trata de hacer el bien.
Esta es la primera cafetería como espacio físico en la que se invita a tener conciencia sobre la muerte; el concepto de beber café y hablar de nuestra vida finita se remonta a 2004, cuando un antropólogo y sociólogo suizo llamado Bernard Crettaz fundó la tertulia Café Mortel.
La expansión global llegaría mucho después, con el movimiento Death Cafe, impulsado en 2011 en Londres por otro budista, Jon Underwood (quién falleció de leucemia el año pasado a los 44 años). Él fue quien creó el código de conducta para los encuentros periódicos, que han de estar siempre guiados por un mediador voluntario y en los que, mientras se bebe café y té y se toman dulces, se invita a la gente a interactuar con desconocidos para intercambiar ideas y sensaciones sobre la muerte. Desde entonces se han puesto en pie más de 7.000 Death Cafes en 58 países de todo el mundo, con más de 70.000 participantes.
En España ya se han organizado 110 sesiones, por ejemplo, en Wanda Café Optimista de Madrid, en la Cafetería 8 23 de Barcelona, en el Lemon Rock de Granada, en la cafetería Wayco de Valencia, en la Universidad de Alicante, en El Hacedor de Charlas de A Coruña o en la pastelería Mamia de Vitoria.
Cada vez son más instituciones y más personas las que toman parte en esta tendencia de descartar la muerte como tabú. En Nueva York se ha creado el Art of Dying Institute (Instituto del Arte de Morir), que organiza, entre otras actividades, conferencias y cursos de formación sobre el tema. Por otra parte, el MOMA dedicó en enero de 2017 su 19º salón a abordar el tema de la muerte en la modernidad. Y la Universidad de Columbia ha creado recientemente el DeathLab, una investigación transdisciplinaria centrada en el diseño de infraestructura mortuoria, dirigida por la arquitecta y educadora Karla Rothstein, con el objetivo de reflexionar acerca de cómo convivimos con la muerte en las grandes ciudades. Incluso hay una aplicación, Wecroak, que cinco veces al día envía citas en torno a la muerte para generar conciencia. Lo último en todo este arsenal contra el tabú mortuorio ha sido The Conversation Project, que también ofrece kits en español invitando a que la gente se cuestione cómo quiere abordar su propia muerte.
Comments